LA PLANIFICACIÓN DE LA CIUDAD ROMANA
La típica ciudad colonial romana del periodo final de la república y del pleno imperio tuvo una planta rectangular similar a la de los campamentos militares romanos con dos calles principales -el cardo (de norte a sur) y el decumano (de este a oeste)-, una cuadrícula de pequeñas calles que dividen la ciudad en manzanas y un perímetro amurallado con puertas de acceso. Las ciudades anteriores a la adopción de este tipo de planificación, como la propia Roma, conservaron el esquema laberíntico de calles sinuosas. El punto focal era el foro, por lo general situado en el centro de la ciudad, en la intersección del cardo y el decumano. Este espacio abierto, rodeado de tiendas, funcionó como el lugar de reunión de los ciudadanos romanos. Fue además el emplazamiento de los principales edificios religiosos y cívicos, entre ellos el senado, la oficina de registro y la basílica, que consistía en una gran sala cubierta, flanqueada por naves laterales, con frecuencia de dos o más pisos. Las basílicas romanas albergaban las transacciones comerciales y los procesos judiciales, pero este edificio se adaptó en tiempos cristianos, convirtiéndose en la tipología de iglesia occidental con un ábside y un altar al final de la nave mayor. Las primeras basílicas se levantaron a comienzos del siglo II a.C. en el propio foro romano, pero es en Pompeya donde se encuentran los ejemplos de basílicas más antiguas y mejor conservadas (c. 120 a.C.).
Tres aportes fundamentales de tipo cultural intervinieron en la arquitectura romana: el etrusco del norte, el griego del sur y el autóctono de su pueblo semiprehistorico de campesinos lacios, los “derramares”, que construían sus aldeas sobre dos calles perpendiculares como o hicieron después los romanos al fundar sus ciudades trazando en cruz el “cardo” y el “decumano”, las dos vías principales. Las ciudades poseían una cuidada infraestructura: alcantarillado, lavatorios públicos, pavimentación, etc. El suministro de agua obligaba, a menudo, a construir complicados sistemas de conducción, salvando los desniveles del terreno (acueductos como el de Segovia o el de Pont du Gard, que era puente y acueducto a un tiempo). Caminos y calzadas comunicaban entre sí a las ciudades más importantes y a éstas con la capital del Imperio, Roma. El foro era el centro neurálgico de la ciudad, pero podía haber más de uno; en él se ubicaban la basílica, que hacía las funciones de tribunal, bolsa comercial o de lugar de reunión; monumentos conmemorativos (columnas como la de Trajano, estatuas de emperadores, arcos triunfales) y templos.
La típica ciudad colonial romana del periodo final de la república y del pleno imperio tuvo una planta rectangular similar a la de los campamentos militares romanos con dos calles principales -el cardo (de norte a sur) y el decumano (de este a oeste)-, una cuadrícula de pequeñas calles que dividen la ciudad en manzanas y un perímetro amurallado con puertas de acceso. Las ciudades anteriores a la adopción de este tipo de planificación, como la propia Roma, conservaron el esquema laberíntico de calles sinuosas. El punto focal era el foro, por lo general situado en el centro de la ciudad, en la intersección del cardo y el decumano. Este espacio abierto, rodeado de tiendas, funcionó como el lugar de reunión de los ciudadanos romanos. Fue además el emplazamiento de los principales edificios religiosos y cívicos, entre ellos el senado, la oficina de registro y la basílica, que consistía en una gran sala cubierta, flanqueada por naves laterales, con frecuencia de dos o más pisos. Las basílicas romanas albergaban las transacciones comerciales y los procesos judiciales, pero este edificio se adaptó en tiempos cristianos, convirtiéndose en la tipología de iglesia occidental con un ábside y un altar al final de la nave mayor. Las primeras basílicas se levantaron a comienzos del siglo II a.C. en el propio foro romano, pero es en Pompeya donde se encuentran los ejemplos de basílicas más antiguas y mejor conservadas (c. 120 a.C.).
Tres aportes fundamentales de tipo cultural intervinieron en la arquitectura romana: el etrusco del norte, el griego del sur y el autóctono de su pueblo semiprehistorico de campesinos lacios, los “derramares”, que construían sus aldeas sobre dos calles perpendiculares como o hicieron después los romanos al fundar sus ciudades trazando en cruz el “cardo” y el “decumano”, las dos vías principales. Las ciudades poseían una cuidada infraestructura: alcantarillado, lavatorios públicos, pavimentación, etc. El suministro de agua obligaba, a menudo, a construir complicados sistemas de conducción, salvando los desniveles del terreno (acueductos como el de Segovia o el de Pont du Gard, que era puente y acueducto a un tiempo). Caminos y calzadas comunicaban entre sí a las ciudades más importantes y a éstas con la capital del Imperio, Roma. El foro era el centro neurálgico de la ciudad, pero podía haber más de uno; en él se ubicaban la basílica, que hacía las funciones de tribunal, bolsa comercial o de lugar de reunión; monumentos conmemorativos (columnas como la de Trajano, estatuas de emperadores, arcos triunfales) y templos.
Diego Mariño y Pablo Fernández
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